Por
Ramón Vera Herrera
1. El primer paso, que sigue siendo crucial para la
acumulación de capital es separar a los pueblos de sus fuentes de
subsistencia, de su entorno de subsistencia, algo que tiene una
larguísima historia: la invasión de los territorios, el confinamiento y
privatización de los ámbitos comunes, el acaparamiento de la tierra a
manos de los voraces terratenientes. Y ese despojo histórico ha ido
asumiendo formas más sofisticadas conforme avanza.
Por
ejemplo, el acaparamiento de tierras es un fenómeno que ha sido difícil
visibilizar porque gobiernos y corporaciones agrícolas ahora no
necesariamente roban la tierra, sino que la rentan, la compran, o
someten a las poblaciones rurales a la “agricultura por contrato”, en
condiciones totalmente desiguales. Una forma del acaparamiento en la
medida en que quien produce, muchas veces en su propia tierra, tiene que
rendir su fruto para quienes detentan el contrato.
En el
sentido contemporáneo, “acaparamiento” significa que los gobiernos y
corporaciones controlan extensiones de tierra muy grandes, con todo y
sus pueblos.
No
obstante, en aquel primer momento (que da origen a la acumulación
capitalista) quien detenta el poder arranca a la gente de sus fuentes
(de su entorno) de subsistencia. Es despojo y el primer paso de una
deshabilitación progresiva. Jean Robert, siguiendo pistas de Iván Illich,
le llama la “enajenación originaria”, porque la gente ya no puede
producir lo que le importa, sino que es forzada, sutilmente o con
violencia extrema, a producir algo que no sólo no le importa sino que
pudiera ser nocivo para el mundo o por lo menos para quienes
directamente lo producen.
Ese
producir para otros, “quién sabe qué”, eso que Jean Robert llama también
“desvío de producción”, y que convierte la “labor creativa” en “trabajo
abstracto”, es decir, sojuzgado en la explotación de servir a la
reproducción del capital. No sólo está en el origen de éste sino que es
la piedra de toque de la erosión general de la socialidad que sufrimos,
de la normalización de la desesperanza.
El
segundo paso de la deshabilitación, de lo que el Grupo ETC llama las
“redes de subsistencia”, es menospreciar, erosionar, privatizar,
prohibir, y hasta criminalizar los medios por los cuáles la gente
resuelve eso que le es pertinente para el cuidado de los suyos, en un
proceso de reproducción virtuosa de lo que nos puede fortalecer y hacer
más nosotros mismos.
En
realidad lo que está ocurriendo es que los poderes impiden que la
gente resuelva por medios propios lo que más le importa, por un
lado, y por otro precariza, fragiliza a la gente para que se vea
obligada a trabajar para los fines de otros. Servir a los intereses
de otros a partir de quedar sumergido en el reino de la escasez, en
el reino de la necesidad, en la plena orfandad. A eso, Iván Illich,
le llamaba “desvalor”.
2. Cómo comprender que el despojo más brutal que nos perpetran es
impedirnos resolver por nuestros propios medios nuestros asuntos más
cruciales para nosotros, como producir nuestros propios alimentos, resolver
nuestra salud, reivindicar y ejercer todos los cuidados y saberes que
hacen posible lo cotidiano; nuestra reproducción en nuestros propios
términos —y que va de las semillas al funcionamiento cotidiano pasando
por el cuidado y regeneración del agua, los embarazos y los partos, el
encauzamiento de la comunidad, el flujo de los saberes, el
desciframiento de los tiempos, los vientos, los sueños, la justicia, la
bondad, el equilibrio, todo siempre en relación con el territorio que le
otorgaba sentido a lo que hacíamos.
Nos
arrancan de la tierra y nos criminalizan nuestros saberes, y al
expulsarnos, no es de la tierra y lo saberes de lo que nos expulsan sino
de nuestra vida.
Repensando a Marx, podemos decir que la acumulación originaria es una
condición de las relaciones impuestas por el capital.
Es la relación de
despojo de la que parten sojuzgamientos y acaparamientos. No se trata de
un primer eslabón primitivo, sino del fundamento de la relación. Para
poder ejercerla es claro, como dicen Iván Illich y Jean Robert, el poder
requiere provocar dependencia, fragilidad y precariedad, romper la labor
creativa y volverla trabajo “abstracto”, trabajo enajenado. Ya lo hemos
dicho mucho, se trata de impedir que la gente resuelva por sus propios
medios lo que es pertinente, lo que la hace libre y la devuelve a la
comunidad.
Es el momento de la muerte de la reproducción de cada quién para sus
propios fines y con sus propios medios (lo que define una autonomía)
para someterlo todo a los dictados de la producción y la sola y
omnipresente reproducción del capital para sus fines y sus medios.
Así,
nos roban la subsistencia, nuestro aprendizaje y crianza mutua, nuestra
salud y bienestar, nuestro nacimiento y muerte, nuestra propia
imaginación, nuestra búsqueda de una responsabilidad compartida, es
decir una justicia y un equilibrio.
El
poder nos ha robado todo lo anterior al punto de hacernos suponer
que todo lo que nos ocurre es normal, que todo lo que sufrimos es
normal, porque somos ineptos, incapaces, absurdos, redundantes,
obtusos, fragmentarios, individualizantes, mezquinos, egoístas,
racistas, machistas.
Al
final de este proceso, la anulación de la autonomía de las
comunidades las orilla a irse “porque ser campesino no funciona”.
Arrancar o escindir a la gente de sus fuentes y medios de
subsistencia alcanza una brutalidad que tiene cifras (300 mil en
sexenio y medio) migrantes más de 20 millones. Desplazados internos
1 millón 650 mil ÷ 2006 y 2011. Sólo en 2011 160 mil. Las cifras
siguen creciendo.
3. En México las comunidades y organizaciones que
reflexionan sobre ese punto dicen que los programas de gobierno o la
certificación de explotaciones forestales, o los programas dirigidos a
la total monetarización de la economía comunitaria o la certificación de
productores, los nuevos censos de contribuyentes, la “facturación”, o
los programas dirigidos a la institucionalización del cuidado, los
apoyos financieros a viejitos, a madres solteras, a niñas de secundaria
(para que no dejen de ir) están diseñados para cambiar la racionalidad
de sus vidas, una verdadera andanada de proyectos de deshabilitación.
Es “la
guerra como programa de desarrollo”. Con esa guerra la agricultura
cambió. (Hoy les venden a las comunidades o a gente individual contratos
para ligarse con grandes empresas en monocultivos industriales de
invernadero supuestamente rentables según el mercado: hay brócoli,
bayas, moras, jitomate, soya, agave, palma africana, que además de
producirles ganancia a tales empresas reorganizan los territorios y
también expulsan a las comunidades. Los expulsados devienen jornaleros
esclavos de a 5 dólares al día.)
Todo
eso comenzó de modo abierto con la Revolución Verde de los años sesenta,
un embate perenne por erosionar, menospreciar, prohibir o de plano
criminalizar las principales y más antiguas estrategias de la humanidad.
(En realidad este embate existe desde que se exigió que la gente
trabajara para quienes detentaban el poder, porque está en el fondo de
la racionalidad y voracidad de los mandones, pero nunca había sido
trabajado como política pública, y menos internacional.)Esta
ilegalización o criminalización de la lógica de subsistencia campesina y
sus medios o saberes que fue la Revolución Verde, decreta la
imposibilidad de mantener el flujo de la vida y la agricultura:
a. se
someten a registro, certificación y privatización con patentes y
derechos de obtentor las semillas que son “legado de los pueblos al
servicio de la humanidad” y comienza a criminalizarse mediante leyes y
normativas internacionales incluidos los tratados de libre comercio, la
custodia y el libre intercambio de semillas nativas.
b. se
hace onerosa la actividad campesina al incluir paquetes tecnológicos
como los insumos agroquímicos (sumamente tóxicos) más semillas
certificadas que deben comprarse.
c.
Semillas de laboratorio y agrotóxicos comprometen aún más la actividad
de producción (sin reproducción propia) desplomando la rentabilidad de
la actividad campesina al tiempo que se contaminan las semillas con
transgénicos, se intoxican los terrenos y se los agota, con lo que la
actividad es tan cargosa que la gente se vuelve redundante.
d. Como
puntilla se imponen previsiones, normativas, estándares y criterios,
registros y normas de calidad y sanidad más condiciones de compra-venta
que vuelven imposible la actividad, sobre todo a partir de los tratados
de libre comercio y su apertura a normas sanitarias que las grandes
corporaciones, en complicidad con los gobiernos, imponen con el fin de
dejar fuera de la jugada a los pequeños productores. Jugarretas más o
menos, la gente termina pensando que su actividad productiva no
funciona.
e.
Ha ocurrido la
deshabilitación extrema. La gente, enfrentada con una exterioridad
impuesta que alimenta su propia percepción, les hace pensar que es
normal lo que les ocurre y que ellos son los que fallan, los
incompetentes, los ignorantes ineptos e incapaces.
Su
única opción para recuperar su propio sentido, es abandonar la
actividad y salir.
Las
poblaciones deshabilitadas se van, “expulsadas”. No fue necesario un
desalojo sangriento. Pesa la minería, los proyectos del petróleo,
las hidroeléctricas, la servidumbre energética, los desarrollos
inmobiliarios y turísticos, los basureros tóxicos, la ocupación de
un espacio que ha quedado vacío, pero además el extremamiento de la
lógica industrial para todo. Nada que no sea industrial es
permitido.
Cuando
hace falta, la represión directa sigue siendo una útil herramienta del
sistema.
4. ¿Cómo identificar y responder a lo que provoca en el
cuerpo el capitalismo, la vida totalmente industrializada? La
reproducción de la vida en los términos propios, que incluye los
aspectos más cotidianos, más sutiles de la relación con el cuerpo queda,
en esa lógica, necesariamente anulada. Esto implica un gozne que expresa
las contradicciones y complementariedades entre campo y ciudad.
La
industrialización tan brutal de la producción agrícola y la eliminación
de la producción campesina tienen su batalla en los cuerpos de las
personas, tanto en la ciudad como en el campo.
En
el extremo las corporaciones van más allá e imponen esa lógica
industrial a su propia lógica de producción agrícola y a todo el
sistema agroalimentario. La gran industria deja de producir comida
(alimentos frescos) que la meten a múltiples y disímbolas
consideraciones de cuidado y conservación, sustituyendo su tendencia
productiva hacia cultivar casi en exclusiva materias primas, para
que a su vez la industria fabrique alimentos procesados.
Esta
lógica tiene su extremo en la producción industrial de componentes de
esos alimentos procesados (uniformados), mejor descritos en la idea de
“productos comestibles”. Y la otra es promover los grandes monocultivos
de soya, maíz, canola y palma africana para elaborar “piensos o
croquetas” para humanos.
Así, en esa misma
lógica, las corporaciones logran imponer la disponibilidad de ciertos
alimentos (dónde están y cuáles alimentos). Logran controlar lo que la
gente come, mediante el control absoluto de los puntos de venta.1
El
negocio de la alimentación es tal vez el más lucrativo del momento. Los
ingresos netos de supermercados y procesadores de alimentos son cada vez
mayores. Tan sólo en México, los alimentos procesados le brindan a las
grandes compañías como Nestlé o Pepsico, más de 24 mil millones de
dólares anuales de ganancias y convierten a México en uno de los 10
principales productores de procesados en el mundo.
Las
reformas energéticas son un ejemplo extremo de cómo pretenden someter
todas la tierras a un destino de productoras de petróleo, gas,
minerales, agua, impidiéndoles producir alimentos, impidiéndole a los
custodios y dueños de esas tierras alimentar a la gente, devastándolo
todo.
Se
pretende destruir la relación de la gente con su tierra y su labor
creativa, además de destruir la propiedad social que hoy es 50% del
territorio nacional.
5. Para revertir la deshabilitación, para
reconstituirnos como gente que encarna desde sí los procesos que más nos
importan, tenemos que entender, aun, la lógica que hace posible la
deshabilitación.
El meollo del asunto
es el sentido que podemos construir. Eso que le llamamos percepción
popular no es sino el sentido que construimos en común, que nos potencia
o nos niega la posibilidad de la transformación y nuestro impulso de
metamorfosis. Por supuesto tiene que ver con el “nosotros” porque el
saber se construye en colectivo. Y en eso, el poder ha buscado
fragmentarnos. El “nosotros” es el enemigo principal del dinero.
El dinero, decía
Marx, es el contrario exacto de la comunidad; el principio de las
mediaciones para evadir la socialidad, el inicio de la erosión de la
mutualidad.
Entonces también entender la guerra como programa de desarrollo.
Entender el desvío de poder que es poner candados, fijar o convertir en
norma mecanismos obturadores que abran margen de maniobra a las empresas
y obstruyan la justicia.
Para
hacer posible el desvío de poder (hablando en términos sistémicos) es
indispensable que el Estado, con su aparato jurídico, ejerza impunidad,
impermeabilidad, maraña legal y administrativa, fabricación de
disposiciones adhoc, represión. Confusión, divisionismo, políticas
públicas (la bala de azúcar), pero también el despojo directo, el
acaparamiento, el totalitarismo fragmentario y feudal donde todo mundo
tiene a alguien que le agarra el pescuezo. Ese Estado delincuente
imbricado totalmente. Listo a reprimir y desaparecer, asesinar y
encarcelar.
Entre
los empeños de las corporaciones uno de las principales es criminalizar
las estrategias más antiguas de la humanidad, criminalizar la custodia
de las semillas nativas y su intercambio, menospreciar los métodos de la
agricultura campesina con todos sus saberes. El paso ulterior es la
privatización generalizada, los regímenes de propiedad intelectual, que
mantengan un control de las semillas, pero también de los saberes.
Impedir que los saberes fluyan libremente. Que las semillas fluyan
libremente en el intercambio y el cuidado de milenios.
Si a
eso le agregamos todo lo que las corporaciones perpetran en su descuido
o en su afán de evadir las responsabilidades de otras acciones, nos
enfrentamos con la devastación ambiental: envenenamiento, basura,
represas, privatización y acaparamiento de agua, deforestación,
urbanización salvaje, acaparamiento del fondo de semillas, criaderos
industriales, monocultivos agroquímicos, minería.
6. Esa reconstitución entonces comienza con diálogo,
reivindicando nuestra palabra.
Si el
saber se construye en colectivo y debemos reconstituir a los sujetos,
eso significa, ni más ni menos, reconstituir el colectivo, lo común,
comenzando con la palabra, con el diálogo, la conversación; poniendo la
responsabilidad en el centro mismo de nuestras acciones.
Eso
implica abrir espacios de diálogo y reflexión libres.
El
Tribunal Permanente de los Pueblos que ejerció en México entre 2011 y
2014 fue una muestra mínima de lo que se puede lograr: en ese proceso se
abrieron entre 350-500 talleres en 22 estados, 40 preaudiencias, 12
audiencias y la convocatoria a 270 jurados de todo el mundo junto con la
participación de 1500 organizaciones.
Esto
quiere decir que se puede revertir la deshabilitación y la cosificación
al sistematizar lo que nos ocurre, al lograr un pleno entendimiento de
las condiciones que pesan sobre nosotros; al recuperar nuestra historia
y saberes situados, localizados, incrustados, pertinentes. Al decidir la
defensa contra el despojo, expulsar invasores, defender nuestros
territorios.
Al
ejercer los cuidados en la reproducción de nuestras propias premisas
(nuestros cuidados, nuestras visiones, nuestra autonomía), al
articular procesos autogestionarios: los que nos fortalecen como
sujetos, nos potencian y promueven creatividad mutua, creatividad
social.
Al
resolver por nuestros propios medios lo que más nos importa.
Así
se logra volver al “nosotros”. El “nosotros” es el principal
territorio: el tejido y retejido constante de nuestras relaciones
significativas. El lugar donde habitas, tu hábitat, como espacio
geográfico pero también tu propio cuerpo.
Debemos insistir en que por comunidad entendemos la insistencia
mutua, histórica en una relación. Es una construcción colectiva
entre los procesos vivos que establecen un tramado infinito en que
te reconoces y te vuelves a reconocer.Es crucial entonces recuperar
el sentido, revindicar nuestro sentido en común a partir de los
relatos y las historias, fruto del impulso narrativo que sólo se
puede tejer en colectivo. Dejar de juzgarnos con los criterios de
quienes nos oprimen.
7. Pensar que cada rincón es un centro, implica reconocer y
reivindicar nuestra propia constelación de circunstancias, y nuestro ser
centro únicos de nuestra experiencia, nuestra historia, nuestro camino.
Somos
puntos en una línea compleja, compuesta por un tramado de líneas que
confluyen y que desde la valoración instantánea parece literalmente
cercenada de la historia. Pero somos centro de un círculo entreverado e
imbricado conformado por todas las memorias, los legados, las historias,
las herramientas con que nos cubrieron quienes nos predecedieron,
nuestros ancestros, desde tiempos inmemoriales.
Nuestra
voluntad de re-conocimiento mutuo, de responsabilidad compartida, de
búsqueda de una percepción común, es nuestro talismán más vital. No se
trata de una “percepción popular”, sino de la visión propia común,
tejida entre el abajo y la documentación sistemática, al servicio de la
misma gente.
Revertir la deshabilitación es romper la cosificación.
Es no
pedirle a nadie nada para ser. Es defendernos del deterioro, defender el
sentido en común, es abrir espacios de conversación y reflexión
compartida.
Cuando
ante la deshabilitación emprendemos una resistencia, ésta tiene dos
modalidades: una es como el mantenimiento y la pervivencia ante el
cúmulo de cambios; la otra es la transformación de lo inmutable que nos
tiene sometidos.
El
punto central entonces es intentar entender juntos, promoviendo
herramientas-procesos conviviales. Todo aquello que no sólo no te
desliga del cuerpo social (con su enajenación, dislocación y
arrancamiento) sino que fomenta la creatividad, la autonomía y permite
resolver por medios propios nuestro horizonte de justicia.
Notas
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