El Capitaloceno
27 de febrero de 2017
27 de febrero de 2017
Por Renán Vega Cantor
(…)Homo sapiens catalogado
como responsable genérico y la pretendida emergencia del antropoceno
La información presentada en el primer parágrafo puede
aparecer como un registro caótico de hechos inconexos y sin explicación lógica,
pero el trasfondo del asunto se llama capitalismo. Esta cuestión de fondo la
retomamos en la tercera parte de este ensayo. Por ahora, es necesario referirse
a la tendencia dominante que asegura que la destrucción de la naturaleza y las
aceleradas modificaciones climáticas son culpa del hombre en general, del homo
sapiens. Esa postura liberal le echa la culpa a todos para no inculpar a nadie
y mucho menos al sistema capitalista. Esta interpretación no sólo es dominante
en los medios de desinformación,
sino entre círculos científicos (de las ciencias naturales y de las ciencias
sociales). Connotados investigadores (biólogos, geólogos, climatólogos,
antropólogos, geógrafos...) responsabilizan al homo sapiens como un todo y
señalan que nosotros hemos sido destructivos desde que existimos. Citemos dos
autorizadas afirmaciones al respecto. El célebre biólogo estadounidense Edward
Wilson dice: “…la humanidad ha iniciado la sexta gran convulsión de extinción,
haciendo que una gran fracción de las especies con las que compartimos la
tierra se apresuren a entrar en la eternidad en una sola generación”21.
El paleontólogo Richard Leakey y el antropólogo y bioquímico Roger Lewin
sostienen en el mismo sentido: “El homo sapiens está maduro para ser el
destructor más colosal de la historia, sólo superado por el asteroide gigante
que chocó con la tierra hace sesenta y cinco millones de años, barriendo en un
instante geológico la mitad de las especies de entonces”22. En los
dos libros mencionados, no se nombra ni una vez al capitalismo como si éste no
existiese.
Eso demuestra que el terreno dominante de la investigación
científica parece ser cierta la afirmación de Frederick Jamenson de que es más
fácil imaginar el fin del mundo, que el fin del capitalismo. Puede pensarse que
esta ausencia u ocultamiento se debe al “analfabetismo político” de los
científicos, o al hecho de no atreverse a romper con los marcos dominantes de
la lógica del conocimiento imperante en el mundo occidental. Pese a efectuar
notables investigaciones, la ciencia dominante, como la representada por los
autores mencionados, pareciera vivir en un territorio aséptico políticamente.
Las referencias que hemos señalado, a modo de ejemplo, indican una manera
dominante de afrontar los problemas ambientales, cuya característica principal
se sustenta en la utilización de un equívoco e impreciso lenguaje de tipo
genérico, con la finalidad de responsabilizarnos a todos por igual y sostener
que en todas las épocas históricas ha habido destrucción de especies y
ecosistemas, siendo homo sapiens el directo responsable. Con esa lógica se
acuñó el término Antropoceno, por Paul Creutzen, un químico holandés y Premio
Nobel. Este vocablo proviene del griego antropos, hombre, y de kainos, nuevo, y
querría decir algo así como la “nueva época del hombre”. Se plantea como un
sustituto del holoceno, actual época del periodo cuaternario en la historia de la tierra. El holoceno
comenzó hace 11.700 años antes del presente y se caracteriza por tener un clima
estable, luego de la última glaciación. Terminaría con la irrupción del
Antropoceno, vocablo que indica que las acciones humanas tienen una incidencia
directa sobre el planeta tierra, hasta el punto que podría considerarse como
una nueva era geológica. Los que utilizan el término Antropoceno no están de
acuerdo con su fecha de origen. Para Paul Creutzen comenzó con la revolución
industrial, es decir, hacia 1750. Para otros se inició en 1945, con la
invención y utilización de la bomba atómica, cuyos residuos radiactivos se han
expandido a lo largo y ancho del planeta. Para Jan Zalasiewicz, presidente del
Grupo de Trabajo del Antropoceno "la importancia del Antropoceno radica en
el hecho de que fija una trayectoria diferente para el sistema terrestre
integrado por los humanos". Para Colin Waters, geólogo jefe del Instituto
Geológico del Reino Unido y secretario del Grupo de Trabajo, “poder identificar
ese intervalo de tiempo nos indica hasta qué punto las actividades humanas
tienen un impacto sobre nuestro planeta: "La noción del Antropoceno
consigue englobar todas las ideas relativas al cambio climático". Para
Chris Rapley, experto en cambio climático ex director del Museo de Ciencia de
Londres "el Antropoceno define un nuevo periodo en el que las actividades
de los humanos dominan el funcionamiento del planeta"23.
Siempre
referencias etéreas, en las que no se hace ninguna alusión a un determinado
modo de producción caracterizado por cierto tipo de relaciones sociales y
tampoco al modo de vida que se deriva de dicho modo de producción.
Desde
luego, en una especie de disonancia cognitiva resulta fácil mirar para otro
lado, no ver al capitalismo, y centrar la atención en el homo sapiens, como si las responsabilidades en la destrucción del
planeta tierra fueran simétricas, como si no existiese desigualdad social y
económica, tanto entre países, como dentro de cada uno de ellos, que conduce a
que sea una minoría insignificante de la población mundial (el 1 por ciento) la
que se beneficia en forma directa de la expoliación de la naturaleza. Ahora
bien, incluso a muchos “científicos puros” les preocupa que se emplee el
término Antropoceno por varias razones.
Sus dudas se refieren, en primer lugar, a una percepción
temporal, hasta cierto punto lógica, que se apoya en dudar de la importancia
geológica que pudiera tener un breve periodo de tiempo (de doscientos años o un
poco más) si se le compara con los millones de años de duración de las eras
geológicas. En ese mismo sentido, se cuestiona que se dé por concluido el
Holoceno, tan solo 11.700 años después de su inicio, lo que es en términos
geológicos una bicoca de tiempo. En segundo lugar, los geólogos se centran en
los registros estratigráficos y la mayor parte de ellos duda que las acciones
humanas de hoy pudieran dejar huella fósil. Estos cuestionamientos tienen poco
sustento, porque es evidente que el capitalismo
significa un cambio histórico sin precedentes, hasta el punto que tiene
impactos que quedan en el registro fósil, tales como el uso de las armas
nucleares, la producción de plásticos que pueden durar miles de años en
degradarse, o la generación de altos niveles de nitrógeno y de fosfato en los
suelos, que proceden de la utilización intensiva de abonos artificiales.
Existen dos tipos de argumentación para achacar al homo
sapiens la responsabilidad en la destrucción de la naturaleza. Por un
lado, el señalar que siempre ha habido esa destrucción y, por otro, indicar que
ha habido sociedades que han colapsado en diversos momentos del pasado. En
cuanto al primer argumento, quienes señalan con el dedo acusador al homo
sapiens indican que desde nuestra aparición hemos arrasado la naturaleza y
hemos contribuido a la desaparición de especies vegetales y animales, como
sucedió con la megafauna hace varios miles de años. Se sostiene que, en este
sentido, no habrían diferencias entre lo que sucede hoy y lo que sucedió en
sociedades anteriores: todas serían igualmente destructivas y ecocidas.
Elizabeth Kolbert afirma al respecto: Suele decirse que el Antropoceno comenzó
con la revolución industrial, o incluso más tarde con el crecimiento explosivo
de la población que siguió a la segunda guerra mundial. Según esta visión, los
humanos sólo nos hemos convertido en fuerzas capaces de alterar el mundo
gracias a la introducción de las modernas tecnologías, como las turbinas, los
ferrocarriles y las motosierras. Pero la extinción de la megafauna sugiere que
no es así. Antes de que los humanos aparecieran en escena, ser grande y
reproducirse lentamente era una estrategia de gran éxito, y los animales de
enorme tamaño dominaban el planeta. […] Aunque sea bonito imaginar que hubo un
tiempo en que el hombre vivía en armonía con la naturaleza, no está claro que
eso haya pasado nunca24.
Este tipo de argumentación es bastante discutible, por la
sencilla razón que la destrucción de la naturaleza, la extinción de especies,
la alteración de ecosistemas que se dieron en otros momentos de la historia
humana no tuvieron, de ninguna manera, el alcance, impacto, escala y velocidad
de lo que produce el capitalismo. Su alcance fue limitado a casos puntuales, y aunque se
hayan aniquilado especies animales y vegetales, nunca se pusieron en riesgo
miles de especies o se redujo la biodiversidad en forma brutal como ahora. Su
impacto fue limitado en términos espaciales, sin cobijar al mundo entero y a
todo tipo de ecosistemas. Su escala en términos cuantitativos y cualitativos es
reducida si se compara con lo que acontece en la actualidad, cuando confluyen
un sinnúmero de factores negativos a nivel del mundo (extinción masiva de
especies, acidificación de los océanos, reducción de la biodiversidad, aumento
de la temperatura, deshielo del Ártico, incremento en los gases de efecto
invernadero, destrucción de los corales, contaminación….). Su velocidad fue muy
lenta, puesto que, para señalar solo un aspecto, el grado de extinción de
especies en épocas anteriores no tiene ni punto de comparación con lo que
sucede en la
actualidad. Edward Wilson lo reconoce en forma explícita
cuando precisa que “la tasa de extinción probablemente sea hoy cincuenta o
quinientas veces mayor que en los tiempos anteriores al hombre. Casi con
seguridad, esa tasa aumentará y alcanzará un orden de magnitud de mil o diez
mil si las especies que están en peligro en la actualidad desaparecen y se
destruyen los últimos vestigios de algunos ecosistemas, lo que acarreará la
destrucción total de las especies que son exclusivas de ellos”25..
Sobre este asunto sostiene el científico Will Steffen,
director del Instituto de Cambio Climático de la Universidad Nacional
de Australia: "Estamos
llevando al planeta a unas condiciones que no han existido en el pasado para la
especie humana y nos estamos acercando a unos puntos críticos que será mejor no
atravesar. En el pasado, se han rebasado varias veces estos límites a nivel
local. La diferencia estriba en que ahora estamos rebasando los límites
planetarios a escala global"26. En cuanto al segundo
argumento, el del colapso, se sostiene que a lo largo de la historia humana han
desaparecido diversas sociedades, y se trae a colación el caso de los mayas
(Mesoamérica), los habitantes de la Isla de Pascua (Océano Pacífico), los
Anasazi (Sudeste de los actuales Estados Unidos)… El principal representante de
esta interpretación es Jared Diamond, quien nunca nombra al capitalismo (ni una
vez, en un voluminoso libro de 750 páginas) y cuya base explicativa se basa en
sostener que unas sociedades buscan el éxito y otras el fracaso, como si
existiese una elección social al margen de los contextos, limitaciones y
características de los modos de producción y las formas de organización social.
Su análisis apunta a que en el mundo actual, si se toma conciencia de los
colapsos de otras épocas, algunas empresas pueden ser ecológicamente
responsables y no contaminar ni destruir y los Estados Unidos son presentados
como el lugar en donde la agricultura es la más eficiente, lo que no considera
su costo energético, que la hace la más ineficiente de todas las que han
existido en la historia de la humanidad.
Además, no se destaca lo suficiente que el colapso de
anteriores sociedades fue localizado, y producto en la mayor parte de los casos
de factores exógenos, como colonización y conquista, mientras que el probable
colapso de la civilización capitalista tendrá un impacto mundial y se debe a la
lógica interna de funcionamiento del capitalismo y a sus diversas
contradicciones, que se desprenden de la sed de ganancias, crecimiento ilimitado
y explotación intensiva de seres humanos27. Will Steffen, el
científico antes mencionado, sin nombrar el capitalismo –porque parece que su
nombre quema– sostiene que el actual "sistema económico que nos está
llevando de cabeza hacia un futuro insostenible y en el que a cada generación
le será más difícil sobrevivir […] La historia nos demuestra que hay
civilizaciones que surgieron y colapsaron porque no fueron capaces de cambiar a
tiempo: en ese punto es donde estamos hoy en día"28. En definitiva, Antropoceno es un
apelativo muy benigno porque en lugar de indicar la responsabilidad del
capitalismo, se centra en culpabilizarnos a todos por igual de la destrucción
ambiental del planeta y del vuelco climático en marcha. Por eso, no resulta
extraño que hasta un órgano ideológico y propagandístico del capitalismo
mundial, como la
revista The Economist , haya publicado un dossier especial con
título “Bienvenidos al Antropoceno”.
Estamos en el capitaloceno
La noción de Antropoceno no da pie para diferenciar responsabilidades
y no tiene en cuenta la
existencia de unas relaciones sociales, profundamente desiguales, injustas y
explotadoras, la característica esencial del capitalismo, y eso pese a
que a la hora de ubicar cronológicamente al Antropoceno exista una coincidencia
plena con el capitalismo industrial, como es evidente en la propuesta de Paul
Creutzen, el inventor del término: Parece adecuado asignar el término
“Antropoceno” a la actual era geológica, dominada de muchas formas por el ser
humano, como complemento del Holoceno –el período cálido de los últimos 10-12
milenios. Podría decirse que el Antropoceno comenzó en los últimos años del
siglo XVIII, cuando los análisis del aire atrapado en el hielo polar muestran
el principio de las concentraciones globales de CO2 y metano. Esta
fecha también coincide con el diseño de la máquina de vapor de James Watt en
1784 29. ¿Por qué si existe tal simetría temporal, se utiliza una
noción genérica que involucra a los seres humanos en su conjunto, de hoy y de
ayer, como si en efecto todos fuéramos igualmente responsables de la
transformación destructiva del planeta tierra? ¿Si el capitalismo es el modo de
producción dominante a nivel mundial y se reconoce la coincidencia plena, de
tipo histórico y cronológico, de lo que se denomina Antropoceno con el origen
del capitalismo, porque se emplea un nombre tan vaporoso como el mencionado?
Nos parece, en concordancia con lo señalado,
que es hora de empezar a hablar de capitaloceno, que significa la “época del
capitalismo”. Esta época
ya no sólo histórica, sino también geológica (más adelante veremos por qué), no
empieza propiamente con la Revolución Industrial inglesa, a fines del siglo
XVIII, sino unos siglos antes. A ese período anterior se le suele llamar como
la época del capitalismo mercantil, o en el lenguaje usado por Karl Marx la
“acumulación originaria de capital”. Podría denominársele también con el nombre
de capitalismo de guerra, como lo bautiza el historiador Steven Beckert en un
extraordinario libro sobre la historia del algodón. Este autor divide la
historia del capitalismo en dos fases: el capitalismo de guerra, referido al
estadio en que la esclavitud y la conquista colonial fueron la norma y sentaron
las premisas para la otra fase, la del capitalismo industrial. La segunda no
hubiera sido posible sin la primera, o dicho de otra forma, la industria no
hubiera podido surgir sin la esclavitud30.
El capitalismo de guerra
impulsó la expansión mundial del naciente capitalismo mercantil a gran parte
del mundo, mediante la colonización, la violencia y el sometimiento. Esa misma
fase coincide con la destrucción de pueblos enteros en África y América, pero
también con una conquista biológica que alteró ecosistemas, introdujo nuevas
especies y trajo consigo nuevas enfermedades. Este “imperialismo ecológico”, como lo llama Alfred Crosby, tuvo
dos consecuencias principales: arrasó con los habitantes de dos continentes y
alteró sus ecosistemas; y fue fundamental en el desarrollo del capitalismo
industrial en Europa unos siglos después. Desde la perspectiva actual, nuevas investigaciones indican
que la transformación ambiental del mundo se aceleró con la conquista de
América, que sentó las premisas para la revolución industrial31. De
tal manera que esos dos momentos no pueden separarse, ambos forman parte del
capitaloceno.
El segundo momento
arrancaría con la revolución industrial a finales del siglo XVIII y se
extendería hasta 1945, cuando desde Inglaterra el capitalismo se expande por el
mundo entero, a través del colonialismo y del imperialismo. Desde 1945, con la consolidación
del fordismo, se podría hablar, como hacen algunos científicos, de la “gran
aceleración”, que condujo a la fase actual del capitaloceno, y comenzó tras el
fin de la
Segunda Guerra Mundial , cuando aumenta exponencialmente la
población, el PIB mundial, la construcción de represas, el uso de agua,
minerales e hidrocarburos, la producción y utilización de fertilizantes, el
surgimiento de megaciudades en todos los continentes, el consumo de papel, la
producción de automóviles, aviones y motocicletas, el número de teléfonos, el
turismo internacional. Aunque una parte de esta fase coincide con la existencia
de la URSS, como un sistema que se pretendía diferente al capitalismo, dado su
desaparición y la derrota del proyecto que encarnaba –así como la conversión de
China al capitalismo– lo que finalmente queda es el capitalismo. Y a éste es al que debe
responsabilizarse en solitario como el responsable de las transformaciones, con
repercusiones geológicas, que se han producido en las últimas décadas. Este ya
no tiene enemigos de peso a quien culpar por el ecocidio planetario en marcha,
se encuentra solo ante su misión destructiva. Como consecuencia de la
expansión mundial del capitalismo aumentó producción de CO2, metano
(CH4), se redujo la capa de ozono, se incrementó la temperatura
promedio en el planeta, disminuyó la biodiversidad y se dio paso a la sexta
extinción de especies. Este es el resultado, sencillamente, de una de las leyes
de la ecología, propuestas por Barry Commoner, que indica que “nada es gratis”.
Esos son los costos, ya para nada ocultos, de la expansión del capitalismo en
las últimas décadas, de la colonización mercantil del último rincón del planeta
y del desaforado desarrollo de las fuerzas productivas-destructivas.
La
“gran aceleración” del fordismo, el camino hacia el abismo, comenzó con los
“treinta gloriosos” y tiene un segundo momento después de 1989, cuando se
universaliza el capitalismo tras la corta experiencia del socialismo burocrático.
La denominación de “gran aceleración” no puede ser entendida si no hace
referencia al capitalismo, puesto que un elemento clave de la lógica
capitalista es la aceleración temporal y la contracción del espacio, un proceso
que tiene consecuencias positivas para el capital y los capitalistas, al
incrementar la tasa de recuperación de la ganancia, reduciendo costos
(mediante, por ejemplo, la destrucción acelerada de ecosistemas, bosques,
páramos, apertura de nuevas minas…), pero que tiene efectos catastróficos para
la mayor parte de seres humanos y para las diversas formas de vida. Eso implica
un choque de temporalidades, entre el tiempo del
capital (inmediato, de corto plazo, medido en mercancías y dinero) y el tiempo
de la naturaleza. Un
ejemplo claro de esa gran aceleración temporal es el de la extracción de
petróleo, que se formó durante millones de años (tiempo geológico) y cuyas
fuentes se agotan en un breve período histórico de apenas un siglo. El asunto
del tiempo es decisivo a la hora de considerar la manera cómo el capitalismo ha
producido alteraciones irreversibles.
Debe resaltarse que la máxima mercantil “el tiempo es oro”
resume a la perfección la lógica esencial del capitalismo, que se basa en la búsqueda de ganancia
inmediata, sin medir las consecuencias que ello pueda tener. Los tiempos de la
naturaleza son largos, a menudo de millones de años, mientras que el tiempo del
capitalismo es fugaz, instantáneo, inmediato. En ese sentido, cuanto más rápido
se gasten los bienes comunes de la naturaleza se incrementará el crecimiento
económico y se supone que eso traerá más progreso y bienestar.
Pero ese es un prejuicio de corto plazo: Se llega a pensar
que cuanto más velozmente se emplean los recursos de la naturaleza, tanto más
avanza el progreso […]. Pero este concepto de “tiempo tecnológico o económico”
es exactamente al “tiempo entrópico”. La realidad natural obedece a leyes
diferentes a las económicas y reconoce el “tiempo entrópico”, es decir, cuanto más rápidamente se consumen los recursos y la
energía disponible del mundo, tanto menor es el tiempo que queda para nuestra
supervivencia. El tiempo tecnológico es inversamente proporcional al
tiempo entrópico; el tiempo económico es inversamente proporcional al tiempo
biológico32. El tiempo del capitalismo se sustenta en la búsqueda de
la productividad máxima, que es una simple obsesión por “ganar tiempo”:
producir siempre más en menos tiempo y con menos trabajo de los seres humanos.
Eso ha llevado a la fantasía de “doblar el tiempo”, como se intenta hacer hoy
con los artefactos microelectrónicos, y principalmente con los teléfonos
celulares, que significa la pretensión de realizar varias cosas a la vez, todas
mal, sin poderse concentrar en ningún, tal como manejar un automóvil y hablar
por celular; trabajar y consultar el celular cada dos minutos; atravesar una
avenida repleta de automóviles, con el semáforo en rojo para el peatón con el
phone pegado a la oreja; estar en una de clase y chatear… chismosear… Eso no es gratis, porque genera
un gasto desmesurado de materia y energía y constituye una brutal aceleración
temporal, que destruye los ecosistemas y unifica las sociedades bajo los
parámetros mercantiles del consumo y mata la lentitud y la calma. Esto viene
acompañado de la mercantilización total del tiempo, lo cual está relacionado
con la destrucción ambiental, porque los celulares se construyen con materia y
consumen energía a gran escala, puesto que estamos hablando de la existencia de varios miles de millones de
celulares, los que al parecer ya superan en cantidad al número de seres
humanos. Eso significa que para mantener las conversaciones basura y el consumo
mercantil del tiempo es necesario construir nuevas plantas energéticas, que se
alimentan con petróleo, carbón, uranio… Como
dice Jorge Riechmann: “para preservar el internet móvil mercantilizado
que nos promete constante distracción y compañía, así, para salvar ese perverso
orden de prioridades, devastaremos la biosfera y destruiremos el mundo humano” 33.
Las características del capitalismo, su lógica de
funcionamiento, explican que se haya convertido en una destructiva fuerza, que
ataca a la mayor parte de los seres humanos y destruye la naturaleza, habiendo
originado el capitaloceno (La época del capitalismo). Algunos
de los elementos centrales de su funcionamiento son los siguientes:
·
Primer elemento: la
acumulación capitalista que crece en forma exponencial e ininterrumpida en la
búsqueda insaciable de ganancias. Para obtener ganancias se debe explotar
intensivamente a los trabajadores y expoliar el medio ambiente, sin interesar
si se destruyen a otras formas de vida. Se supone que puede haber crecimiento
al infinito, como requisito de la acumulación de capital, en una tierra cerrada
y limitada en recursos.
·
Segundo elemento:
para obtener ganancias el capital rebasa las fronteras nacionales y se expande
por el mundo en búsqueda de fuentes de materias primas, trabajo barato y nuevos
mercados de inversión y consumo. Incluso, algunos lunáticos hoy hablan de la
“colonización de Marte”, como forma de huir de la tierra. Esta
expansión tiene como motor principal la competencia desenfrenada de capitales,
que primero compiten a escala local y luego en el mundo entero.
·
Tercer elemento:
obtener réditos en el corto plazo, porque, como decía Keynes, en el largo plazo
todos estaremos muertos. Esto supone que no se tienen en cuenta los tiempos de
la naturaleza, sino los tiempos del capital y los negocios. Como consecuencia
se aniquila a los ecosistemas, tal y como lo evidencia la explotación mineral o
de hidrocarburos, ya que no se tiene en cuenta el tiempo de reposición de los
ecosistemas (cuando hablamos de bienes renovables) y se actúa en contra de los
límites naturales.
·
Cuarto elemento: para
conseguir el incremento de ganancia en forma permanente se produce un
crecimiento ininterrumpido de las fuerzas productivas-destructivas, lo que se
expresa entre otras cosas en el desarrollo de la tecnociencia, lo que lleva a
inventar tecnologías más potentes, y que consumen mayores cantidades de materia
y energía, para extraer más materia y consumir hasta la última porción de
energía disponible. Esto genera una particular forma de arrogancia
tecnocrática, para la cual no hay límites naturales, ni de ninguna otra índole,
y que postula que tarde o temprano se encontraran las soluciones técnicas a los
problemas que ha generado el capitalismo.
·
Quinto elemento: se
estructura una jerarquía de valores que exaltan la competencia, el
individualismo, el egoísmo, la codicia, la sed de ganancias, el consumismo, la
explotación de otros seres humanos, como propias de la “naturaleza humana”.
Esos valores son inculcados desde la escuela, y por los medios
de comunicación, lo que legitima al capitalismo, que es visto como el orden
natural de las cosas, un sistema eterno e insustituible.
·
Sexto elemento: la
producción de mercancías obliga a su consumo, para poder obtener ganancia por
parte de los capitalistas. Esto conduce a impulsar el consumo, creando
necesidades artificiales e innecesarias, como puede verse hoy al examinar gran
parte de las 13 mercancías que se generan en el capitalismo, muchas de las
cuales son inherentemente nocivas. Con estos elementos, puede concluirse sin
mucho esfuerzo que el capitalismo es insustentable a corto plazo.
Como indican Fred Magdoff y John Bellamy Foster: El sistema capitalista mundial es
insustentable en: (1) su búsqueda por una
acumulación sin fin de capital tendiente a una producción que debe expandirse
continuamente para obtener ganancias; (2) su sistema agrícola y alimentario que
contamina el ambiente y sin embargo no garantiza el acceso cuantitativo y
cualitativo universal de comida; (3) su desenfrenada destrucción del ambiente;
(4) su continua reproducción y aumento de la estratificación de riqueza dentro
y entre los países; y (5) su búsqueda por la “bala de plata” tecnológica para
evadir los crecientes problemas sociales y ecológicos emergentes de sus propias
operaciones34.
El
término capitaloceno hace referencia a un periodo de tiempo reciente, una nueva
era geológica, y a una categoría analítica y explicativa. En el primer sentido,
establece una cronología para englobar un conjunto de procesos cuyo nexo
articulador es la existencia y el predominio de la relación social capitalista,
desde el momento mismo de su génesis, como capitalismo de guerra en el siglo
XVI, en algunos lugares de Europa y que luego, se expande por el resto del
mundo durante los últimos siglos, adquiriendo una fuerza e impacto mundial tras
la revolución industrial a finales del siglo XVIII. En el segundo sentido, es una noción que se dirige a dar
una explicación de los fundamentos de funcionamiento del capitalismo y sus
impactos destructivos sobre el planeta tierra. Busca explicar en forma racional
las raíces de lo que sucede. Aunque el capitaloceno representa un
período muy corto, su impacto es tal que la mayor parte de las transformaciones
que ha generado tienen un carácter de irreversibles.
El capitalismo es una fuerza geofísica global, eminentemente
destructora, aunque se suponga que es creadora, su carácter devastador es de
tal dimensión que puede catalogarse como un nuevo meteorito, pero de origen
social, similar al meteorito que se estrelló contra el Golfo de México hace 65
millones de años y que produjo la quinta extinción de especies y arraso con el
90 por ciento de la vida que por entonces existía en la tierra35. Al hablar de capitaloceno no
importa tanto que se le conciba como una época histórica o una era geológica, y
lo menos interesante es argüir que hoy no pueden leerse los registros
estratigráficos que demuestren su existencia. Es poco importante que exista un reconocimiento
estratigráfico del capitaloceno. Lo
fundamental es el sentido político del término y al desafío cognitivo de orden
colectivo que debería generar, que conduzca no solamente a cambiar nuestra
comprensión de la realidad, sino lo que es más importante y decisivo, nuestro
accionar como sociedades. El asunto es crucial, no es una cuestión
terminológica ni una querella entre geólogos. Tiene
que ver con el esclarecimiento de las razones y de las causas que producen la
destrucción de la naturaleza, la extinción de especies, el vuelco climático, la
acidificación de los mares, la destrucción de los corales….
El
capitaloceno si está dejando huellas de tipo geológico. Al respecto, uno de los
cambios geológicamente más significativos, aunque aparezca casi invisible para
nosotros, es la modificación en la composición de la atmosfera: las emisiones
de bióxido de carbono (CO2), cuya contribución al calentamiento
global es innegable –lo que produce cambios climáticos, concretamente elevación
de la temperatura, que no se presentaban hace millones de años– y que
permanecen durante miles de años en la atmosfera. Asimismo ,
el desplazamiento de plantas y animales hacia los polos, un movimiento
migratorio forzado por el aumento de la temperatura, que ya se está presentando,
va a dejar su registro fósil, en idéntica forma que la elevación del nivel del
mar en varios metros, con lo cual se hundirán ciudades completas.
Entre algunos de los cambios que ha generado
el capitalismo se encuentran: un aumento en la tasa de extinción de la fauna y la flora a niveles
sin precedentes desde la aparición del homo sapiens; aumento en los niveles de
C02 en la atmósfera, que modifica el clima y aumenta las
temperaturas, de tal forma que no había sucedido hace 66 millones de años; producción
masiva de plásticos, que inundan ríos, lagos y océanos, interfiriendo en la
vida de miles de especies; la utilización de fertilizantes ha duplicado la
cantidad de nitrógeno y de fósforo en las tierras de cultivo. Se calcula que
esto puede causar un impacto sobre el ciclo de nitrógeno que no se presentaba
hace 2.500 millones de años; “la presencia de una capa permanente de partículas
transportadas por el aire en los hielos glaciares y sedimentos, como por
ejemplo carbono negro procedente del consumo de combustibles fósiles”
37. Con estas evidencias, advierten
algunos geólogos, "Muchos de estos cambios son geológicamente duraderos y
algunos son efectivamente irreversibles"38. Los rasgos
distintivos del capitaloceno no apuntan a señalar en abstracto al ser humano
como una fuerza geológica en sí misma de extinción masiva, sino al sistema
capitalista, como una forma de organización social e histórica particular, cuyo
funcionamiento ocasiona los problemas que vivimos en la actualidad. Como
tal, desde su origen Homo sapiens ha vivido en diversas formas de organización
social, y en ninguna de ellas se puso en peligro global la supervivencia de la
misma humanidad y de otras formas de vida a una escala masiva, como hoy
acontece.
Uno de los aspectos que suele resaltarse cuando se habla
de Antropoceno es el tamaño de la población humana, cuyo número creció en forma
exponencial en los últimos dos siglos, tras la Revolución Industrial
y en forma más veloz en los últimos cincuenta años. Este crecimiento está asociado
a las energías fósiles, porque sin ellas no hubiera sido posible, algo que se
deriva entonces del mismo desarrollo del capitalismo. Pero un elemento
adicional que no puede ser negado es que no todos los seres humanos que hoy
vivimos en el planeta tierra tenemos el mismo grado de responsabilidad, puesto
que hay una asimetría evidente entre una ínfima minoría de grandes capitalistas
y el resto de la población mundial. En otros términos, existe una segmentación
en términos de producción y consumo entre unos pocos países y el resto, y más
en general, entre los más ricos entre los ricos y millones de pobres y
miserables. Oxfam lo ha dicho en sus informes de enero de 2016 y de enero de
2017.
En este último
proporciona algunos datos sobre la aterradora desigualdad social y económica en
el mundo:
1. Cuando una de cada diez personas en el mundo sobrevive
con menos de dos dólares al día, la inmensa riqueza que acumulan tan sólo unos
pocos resulta obscena. Sólo ocho personas (concretamente ocho hombres), poseen
la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones
de personas. […]
2. Siete de cada diez personas vive en un país en el que
la desigualdad ha aumentado en los últimos 30 años.
3. La desigualdad extrema tiene un enorme impacto en las
vidas de las mujeres, sobrerrepresentadas en los sectores con peores salarios y
que sufren mayores niveles de discriminación en el ámbito laboral y asumen la
mayor parte del trabajo de cuidados no remunerado. Al ritmo actual, llevará 170
años alcanzar la igualdad salarial entre hombres y mujeres.
4. La evasión y elusión fiscal por parte de las grandes
multinacionales priva a los países pobres de al menos 100.000 millones de
dólares cada año en ingresos fiscales, dinero suficiente para financiar servicios
educativos para los 124 millones de niños y niñas sin escolarizar o servicios
sanitarios que podrían evitar la muerte de al menos seis millones de niños y
niñas cada año39.
Con datos como estos, resulta muy amañado seguir diciendo
que la población en sí misma es el problema, cuando este estriba en la
desigualdad social y económica, lo que conduce a marcados desniveles de
apropiación de la producción y el consumo dentro de los países y a nivel
mundial40. Claro que debe plantearse un control en el crecimiento de
la población, ante la reducción acelerada de los bienes comunes de la
naturaleza, pero algo más crucial radica en señalar la destrucción que
significa el consumo de los ricos, y el costo ambiental que esto trae para el
planeta. No es tanto la reducción de los pobres lo que necesita el planeta
tierra, sino más bien la reducción de los ricos y su consumo y despilfarros
ostentosamente obscenos. En el capitaloceno la pregunta esencial no es cuánto
le cuesta un pobre al medio ambiente, sino cuánto le cuesta un rico, cuestión
que apunta a vincular la desigualdad con la destrucción ambiental.
Si Antropoceno es una palabra que genera algún rechazo,
Capitaloceno va a ser un término absolutamente denostado y ocultado, porque
apunta a señalar al sistema capitalista como el responsable de las catástrofes
climáticas y ambientales que destruyen diversas formas de vida, asesinan
diariamente a millones de seres humanos (pobres y explotados) y pone en peligro
la misma supervivencia de nuestra especie. Y plantea, por supuesto, que la
única alternativa para que la humanidad pueda sobrevivir es rebasar el
capitalismo. En conclusión, nos encontramos en la Era Catastrozoica ,
del Período “Cabernario”, Época del capitaloceno y el nuevo meteorito que
destruye nuestro planeta no viene del espacio exterior, El meteorito de nuestro
tiempo se llama capitalismo y resulta inútil tratar de cambiarle el nombre. Notas:(...)
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